Este jueves un relato: "A la luz de una vela"

La asamblea del pueblo se había reunido apenas amanecer. El sanador de almas, el cura, más de sesenta años vivía de las ofrendas de sus fieles y del producto la tierra con la que su señor había dotado su iglesia. Los parroquianos habían acudido a la iglesia al escuchar las campanadas de alerta, no fuera que no les se les concediera "el perdón de dios".

La asamblea  comenzó con las palabras del cura:

- Han vuelto a robar un recién nacido.

- ¡¡La bruja, ha sido la bruja!!

- ¿Hasta cuándo vamos a dejarla vivir? 

- ¡¡Manos de muerto y pechos resecos...!!

- ¡¡La bruja, ha sido la bruja!!!

- La iglesia debe encargarse sin demora de esta plaga, de esta satánica perversión. Agachad la cabeza, cerrad los ojos, arrodillaos y rezad. "En virtud de la autoridad divina que me ha sido conferida por San Pedro, arrojo al culpable del seno de la Santa Madre Iglesia, y le condeno al anatema de una maldición perpetua. Sea. Maldito en la ciudad, maldito en los campos. Malditos sean su granero, sus cosechas, sus hijos y el producto de sus tierras. Que ningún cristiano le dé los buenos días, ningún cura le diga la misa ni le dé los sacramentos. Sea enterrado con los perros. Sea maldito dentro y fuera, sus cabellos, su cerebro, su frente, sus oídos, sus ojos, su nariz, sus huesos, sus mandíbulas. Y de igual modo que hoy se apagan estos cirios que arrojo de mi mano, la luz de su vida se extinga en la eternidad, a menos que se arrepienta y satisfaga a la Iglesia enmendándose y haciendo penitencia". 

El cura arrojó la vela al suelo y dio por finalizada la reunión despidiendo a sus fieles.

Con una espeluznante sonrisa se retiró a la sacristía, iluminada ésta por una gruesa vela que desprendía el característico olor a sebo. 

Él mismo las fabricaba agregando distintos componentes a la grasa humana. Las de criminales ajusticiados o recién nacido eran las más eficaces. La de cinco puntas, una vela en cada dedo de la mano cortada de un muerto, con la grasa unida a la hierba cataléptica era la favorita de ladrones que se las encargaban. Más tarde debía él mismo acceder a la vivienda, para bendecirla y para apagar la vela, sólo él sabía cómo hacerlo: con leche materna...